domingo, 1 de octubre de 2017

La Odisea

Estos días de regreso a Ítaca fueron una verdadera Odisea. El primero de ellos fue el encuentro con el cíclope Polifemo, un gran monstruo de un solo ojo. Éste, nos hizo prisioneros a mí y a mis compañeros para devorarnos, cada día se alimentaba de dos de mis amigos y yo no podía permitir que esto continuara así.

Cuando terminó de devorar a otros dos de mis compañeros para su cena, se me ocurrió la idea de ofrecerle un poco de nuestro vino para que se apiadase de mí y me enviara a mi casa. El cíclope se bebió la copa de vino que le ofrecí, y pareció ser que le gustó tanto que me pidió otra más a la vez que me preguntó por mi nombre, para ofrecerme una recompensa.

Después de un largo rato ofreciéndole copas de vino, el cíclope acabó borracho y fue el momento para decirle cuál era mi nombre, y ese nombre fue ''Nadie''. El cíclope me contestó, y me dijo que su recompensa por las copas de vino sería comerme el último, después de todos mis amigos. Después de estas palabras, el cíclope cayó redondo hacia atrás quedando dormido en el suelo, echando trozos de carne humana que se había comido para cenar y eructando.

Mientras él dormía, cogí una estaca de olivo y la metí en el fuego para que se calentara y animé a todos mis compañeros para que me ayudaran. Estando la estaca ya caliente, se la dí a mis compañeros y se la clavaron en el ojo al cíclope, mientras que yo por arriba la hacía girar.

Ahora que el cíclope no veía, era el momento oportuno para escaparnos. El cíclope tenía que sacar a sus ovejas a pastar, pero si abría la puerta nosotros también nos escaparíamos y él no sabía donde estábamos, por lo que el cíclope fue ingenioso y abrió solamente un trozo para que pudieran salir de una en una las ovejas mientras les iba pasando la mano por encima. Pero yo no me iba a quedar de brazos cruzados, por lo que fui más listo y nos enganchamos en la parte de abajo de las ovejas y conseguimos escapar sin que se enterara el cíclope.



En cuanto nos escapamos, nos pusimos de nuevo rumbo a Ítaca, pero llegamos a una isla. En ella, conocí a una hechicera que se llamaba Circe, capaz de convertir a los seres humanos en animales. Circe convirtió a mis compañeros en cerdos y los encerró, mientras a mi me preparó una mesa llena de manjares de los que no quise comer nada, ya que no me parecía bien estar comiendo y bebiendo mientras mis compañeros estaban encerrados. Le pedí que liberara a mis compañeros, y ella abrió las puertas de una pocilga y aparecieron unos cuantos cerdos, eran mis amigos que los había convertido.

Circe empezó a untar a los cerdos con una crema que tenía y mis amigos volvieron a aparecer con forma humana, pero mucho más jóvenes, guapos y altos. Circe se había enamorado de mi y nos liberó a todos y nos dejó marchar para poder continuar con nuestro regreso a casa.





Circe me advirtió antes de irnos los problemas que podríamos encontrarnos de camino a casa y eran las sirenas. Estas sirenas son unos seres mágicos que cantan y atraen a los hombres y ellos ya no vuelven nunca con sus familias, pero yo eso tenía que evitarlo.

Se me ocurrió la idea de coger unos corchos de las botellas de vino y repartirlos entre todos mis compañeros para que se taparan los oídos y no pudieran escuchar nada. Yo, en cambio, les pedí que me ataran en la parte inferior del mástil para que cuando escuchara el canto de las sirenas no pudiera moverme e ir hacia ellas.

Pusimos nuestra nave en marcha y continuamos con el viaje, conforme más nos acercábamos más fuerte escuchaba el canto de las sirenas, pero quería escucharlo desde más cerca. Le hice señas con las cejas a mis compañeros para que me soltaran, pero ellos no me hicieron caso y me ataron con más cuerdas para que no me soltara. Conforme nos alejábamos, mis compañeros se quitaron ya los corchos de las orejas y me desataron, ya no se escuchaba ningún canto de ninguna sirena.



Una vez pasamos las sirenas, los dioses volvieron a ponerme a prueba. En el camino hacia Ítaca tuve que atravesar un peligroso canal entre dos grandes acantilados, conocidos por Escila y Caribdis. 

Escila era un monstruo con rostros y pecho de mujer, seis cabezas de perro y doce patas, mientras que Caribdis era un peligroso torbellino de agua que se tragaba todo lo que le pasaba por delante, devolviéndolo todo después de tres días en forma de naufragio. 

La roca de Escila, además, atraía mágicamente a las naves, astillándolas y lanzándolas a su compañero Caribdis para que se lo tragara. Lo vi venir e hice girar rápidamente el barco para no chocar, pero entonces nos acercamos demasiado al torbellino y el remolino de aguas de Caribdis. No pudimos evitarlo, la proa del barco se inclinó peligrosamente y durante minutos pareció que todo estaba perdido, menos mal, que Atenea se apiadó de nosotros y nos ayudó impulsando mágicamente la nave, de forma que Caribdis sólo pudo tragarse a seis hombres de mi tripulación.






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